domingo, 25 de diciembre de 2011

Larga lucha jurídica, triunfo popular. Caso Radilla


Tita y la guerra sucia
GLORIA LETICIA DÍAZ
PROCESO
14 DE DICIEMBRE DE 2011
ESPECIAL HEROÍNAS ANÓNIMAS

La hija de Rosendo Radilla.
Foto: Archivo
Puede ser en el norte o en el sur, en Chihuahua, Chiapas o Guerrero. Puede tratarse de la defensa de los indígenas y los inmigrantes o la búsqueda de desaparecidos. Pueden ser egresadas de una universidad o haber salido de comunidades miserables en pos de un mejor futuro. Su común denominador es que son mujeres, son mexicanas y han dedicado sus vidas, con valor y perseverancia, a luchar por causas que a nadie más le interesan.

ATOYAC, GRO.- Tita Radilla puede ver una y otra vez las fotos de los primeros años de vida de sus cinco hijos y no recuerda fiestas de cumpleaños, bautizos ni los primeros pasos o palabras de sus pequeños. No sabe cómo fue su vida ni la de su familia entre 1974 y 1981, los primeros siete años de la desaparición de su padre, Rosendo Radilla Pacheco, detenido el 25 de agosto de 1974 en un retén militar en esta localidad cafetalera.

Fue durante el gobierno de Luis Echeverría, quien mantuvo una política de aniquilamiento de las guerrillas de Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas Barrientos. Atoyac y sus habitantes se llevaron la peor parte: más de 400 desaparecidos en medio de un despliegue de más de 25 mil militares.

De ese periodo, dice Tita, vicepresidenta de la Asociación de Familiares de Detenidos-Desaparecidos y Víctimas de Violaciones a Derechos Humanos (Afadem), “sólo recuerdo la angustia por la desaparición de mi papá; pensaba si tendría frío, si habría comido, dónde dormiría. Me iba a Chilpancingo pensando en que seguramente estaría allá… y llegando no tardaba en regresar creyendo que estaría en Atoyac. No comía, no dormía, sólo pensaba en él”.

Ahora, 37 años después, el nombre de Rosendo Radilla Pacheco es un referente en el sistema jurídico mexicano. Por el litigio internacional que inició en 2001 su hija Tita, en diciembre de 2009 la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Coidh), sentenció a México a acotar el fuero militar en casos de violaciones a los derechos humanos cometidos por miembros de las Fuerzas Armadas.

En julio de 2011, la Suprema Corte de Justicia de la Nación respaldó el fallo, lo que significa que los militares que cometan abusos tendrán que ser investigados y juzgados en la jurisdicción ordinaria o civil, como lo establece el derecho internacional.
Cuando el fallo de la Coidh se difundió, Tita Radilla se bloqueó mentalmente. “Mi nieta Pili, que creció en la oficina de Afadem y me ha acompañado en mi lucha por la presentación de los desaparecidos, hacía señas frente a mí, me sacudía y me gritaba ‘¡Abue, ganamos, ganamos!’ Tardé como 10 días en entender la dimensión de la sentencia”.

Pero a Tita no la satisface del todo el resultado del juicio internacional. “El objetivo principal era que se reconociera lo que ocurrió en la guerra sucia, que el Estado reconociera su responsabilidad no sólo por el caso de Rosendo, sino por los cientos de desaparecidos que hay de esa época y de los que denunciamos en la Femospp (Fiscalía Especial para los Movimientos Sociales y Políticos del Pasado)”.

La Afadem, integrante de la Federación Latinoamericana de Familiares de Detenidos Desaparecidos, tiene un registro de mil 220 casos de desaparición forzada ocurridos de 1967 a junio de 2001; 630 son de Guerrero y de ésos, 473 de Atoyac.

Rosendo

Rosendo Radilla y Victoria Martínez tuvieron 11 hijas y un hijo: Romana, Andrea, Evelia, Rosa, Tita, Ana María, Agustina, María del Carmen, María del Pilar, Judith, Rosendo y Victoria.

Tita –nacida el 6 de febrero de 1950– es una mujer delgada y de mediana estatura, de cabello encrespado y largo que ata con una liga. La atoyaquense usa lentes, no se maquilla y acostumbra vestir sobriamente, con faldas largas o pantalón y camisa de manta.

Reunida con sus hermanas en Chilpancingo una tarde del pasado agosto, Tita se relaja en una animada conversación. Cuentan a la reportera anécdotas gratas de su infancia, del activismo social y político de su padre, de la efervescencia social en Guerrero y en especial en Atoyac en los sesenta –que terminó por “tumbar” al gobernador Raúl Caballero Aburto–, de la amistad que llevó Rosendo Radilla con los profesores Genaro Vázquez y Lucio Cabañas, cabezas de los movimientos guerrilleros más importante que operaron en Guerrero en esos años.

Imitando a su padre, las Radilla participaban en manifestaciones políticas nocturnas, en pegas de propaganda en las noches y vivieron momentos dramáticos, como la matanza de padres de familia en la plaza de Atoyac el 18 de mayo de 1967 –después de la cual Lucio Cabañas organizó la guerrilla del Partido de los Pobres– o la muerte de Genaro Vázquez el 2 de febrero de 1972.

De risa franca, Tita comparte con sus hermanas algo más que bellos recuerdos: una mirada inalterablemente triste, la misma que tienen doña Angelina, doña Tina, doña Rosita, don Hilario, don Chon y decenas de padres, madres, hermanos, hermanas y esposas a quienes, como a los Radilla, las fuerzas del orden les arrebataron a sus seres queridos.

La mayoría de los desaparecidos, asegura Tita, nada tenían que ver con los movimientos armados. Si acaso habían simpatizado con la Asociación Cívica Guerrerense (ACG) que presidió Vázquez Rojas antes de tomar las armas.

En esos momentos, dentro del movimiento social empezaron a surgir señalamientos de traición contra el luchador social, y en medio del terror y la persecución institucional, Rosendo dio una lección de dignidad a su quinta hija.

“Tenía 17 años y le pregunté: ‘Api –así le decía–, dicen que todos tienen su precio, ¿tú cuánto vales?’ Se quedó un rato pensando y me dijo: ‘Bueno, quizá soy tan pequeño que no hay una moneda tan chiquitita que valga lo que yo valgo’. Esa enseñanza se me quedó grabada y me ha servido en la vida, al igual que la de la lealtad. Y él era una persona que lo que decía lo sostenía por sobre lo que sea. Esa es la enseñanza, no traicionar jamás.”

Esa imagen de “luchadora incansable y mujer incorruptible, que no se deja comprar ni silenciar” es la que Tita Radilla ha dejado entre quienes la conocen, sobre todo los que han convivido con ella en días y noches de riesgos, como los activistas de las Brigadas Internacionales de Paz (PBI, por sus siglas en inglés), reconoce su directora Susi Bascon desde Londres, donde la organización tiene su sede.

Desde 2003, PBI da acompañamiento a Tita Radilla luego de que la luchadora fue víctima de amenazas y hostigamientos en tanto que su oficina fue allanada para robarle expedientes.

El riesgo de un atentado contra Radilla, sostiene Bascon, se agravó luego de que en noviembre de 2003 asesinaron a Zacarías Barrientos, uno de los testigos fundamentales en la identificación de verdugos de la guerra sucia y que trabajaba con agentes de la Femospp.

En mayo de 2008, en vísperas de que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) presentara la demanda contra México ante la Coidh por el incumplimiento de la recomendación para que se localizara a Rosendo Radilla, las oficinas de la Afadem fueron rondadas por un camión militar que se estacionó frente a ellas. Unos 10 soldados que viajaban en el vehículo se bajaron y cortaron cartucho cuando Tita y Julio Mata, secretario técnico de la Afadem, se acercaron a preguntarles el motivo de su presencia.

El próximo 21 de noviembre –en el trigésimo aniversario de PBI–, Tita Radilla será condecorada por dedicar su vida a la defensa de los derechos humanos. Y es que Tita pasó de ser víctima a defensora y cabeza de un movimiento en Atoyac que exige la presentación de cientos de desaparecidos. De hecho, la activista se resistía a que fuera sólo el caso de su padre el que se combatiera en los tribunales internacionales.

El caso Radilla fue elegido por los abogados de la Comisión Mexicana de Defensa y Promoción de Derechos Humanos que representó a la Afadem en el juicio, y que quería un caso emblemático de las víctimas de la guerra sucia.

El caso de Rosendo encajaba perfectamente en el perfil de la víctima porque su detención por el Ejército fue atestiguada por su hijo, Rosendo Radilla Martínez, y por los pasajeros del camión del que fue bajado el luchador social. Además, hay testimonios de personas que estuvieron en el cuartel militar de Atoyac cuando Rosendo estuvo cautivo y escucharon cómo fue obligado por los soldados a cantar.

En 2007, la CIDH emitió su informe y concluyó que el Estado mexicano era responsable de su desaparición. “En ese momento podíamos aceptar la solución amistosa, en la que el Estado se comprometía a cumplir la recomendación de la CIDH, continuar las investigaciones en el caso de mi papá e indemnizar a la familia, pero ese no era el objetivo de iniciar el litigio internacional; desde el principio los familiares de la Afadem quedamos en que nos íbamos a ir a la Corte para que la sentencia impactara en los demás casos, no sólo en el de Rosendo”.

Obligado a presentar a Rosendo Radilla Pacheco o sus restos mortales por la sentencia de la Coidh, en su búsqueda, explica Tita, “el Estado seguramente va a encontrar a otros que sufrieron lo mismo que él, porque no fue el único caso. El de Rosendo es uno entre los cientos de casos de víctimas de una política represiva del Estado mexicano durante la guerra sucia”.

Como beneficiaria de la sentencia, Tita Radilla se ha negado a recibir el monto de la indemnización dictada por la Corte. “Desde que iniciamos el juicio le dijimos al Estado: no queremos dinero, queremos a nuestros familiares y justicia”.

La hija más apegada

La vida de Tita Radilla después de la desaparición de su padre no siempre estuvo ligada a la lucha por los desaparecidos.

Quienes estuvieron al frente de la exigencia de su presentación fueron sus hermanas mayores y su mamá, Victoria, que radicaban en Chilpancingo. Todas eran coor dinadas por Andrea Radilla, maestra de la Universidad Autónoma de Guerrero, involucrada desde antes en los movimientos sociales por la presentación de desaparecidos y liberación de presos políticos.
La presentación de Rosendo se convirtió también en una de las exigencias del Comité Pro Defensa de Presos, Perseguidos, Desaparecidos y Exiliados Políticos de Rosario Ibarra de Piedra.

Tita tuvo una relación muy estrecha con su padre a partir de los 12 años, pues le ayudaba en las labores del campo, en la ordeña de las vacas y la venta de ganado.

“Desde niña tuve un apego muy fuerte, a veces me iba a dormir a sus pies en su cama, y cuando salía lo esperaba en el quicio de la puerta hasta que llegara aunque fuera muy noche. No dormía hasta que llegaba mi papá”, recuerda.
Casada a los 19 años con Alejandro Nogueda, Tita estuvo alejada de los movimientos por la presentación de desaparecidos en buena medida porque ser familiar de un desaparecido era motivo de rechazo social: los amigos y hasta parientes se alejaron de los Radilla Martínez.

“Los primeros años de su desaparición me la pasé pariendo y criando, aunque no recuerdo detalles de mis hijos. Cuando se llevaron a mi papá, mi hija mayor tenía año y medio y tenía siete meses de embarazo de la segunda.

“Cuando mi segunda hija nació me atendió mi suegra, que era partera. Antes de dejarme sola me dijo que iba a dejar emparejada la puerta por si llegaba mi esposo. De repente escuché que se abría la puerta y me asomé, era mi papá, con su traje de campesino, su sombrero, su morral. Le grité ‘¡Api, viniste!’ Él me sonrió y de repente sentí un escalofrío en el cuerpo, cerré los ojos y desapareció. Luego me paré, lo busqué por todos lados, pero no estaba.

“Cuando nació mi tercera hija en Acapulco, un camillero me pasó de un cuarto donde había más mujeres a otro donde estaba yo sola; cuando salió el camillero se abrió la puerta y era mi papá. Se sonrió conmigo y yo me quedé callada mientras lo veía, hasta que me quedé dormida.

“Con mis otros hijos mi suegra ya no me dejaba sola, decía que así para que no llegara mi papá, y yo le decía que eso era lo que quería, verlo”, rememora.

Viajaba constantemente de Atoyac a Chilpancingo con la esperanza de encontrar en alguna de esas ciudades a su padre. En ocasiones lo hacía con sus cinco hijos (Natividad, Carla Alejandra, Diana María, Italia y Alejandro) cuando su esposo salía de viaje. Un día su marido la reprendió porque en sus andanzas sus hijas mayores perdían clases y Tita se aplacó.

En 1984, con 34 años, Tita enviudó. Su marido –comprometido con un movimiento para mejorar las condiciones laborales de los choferes de la línea Flecha Roja– fue asesinado a balazos. Con la responsabilidad de cinco hijos, Tita se vio obligada a aprender el oficio de modista para sostener a su familia.

En 1988 se entusiasmó con la campaña por la Presidencia de Cuauhtémoc Cárdenas –“voté por primera vez”–, participó en la fundación del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en Atoyac, formó parte del Comité Ejecutivo Municipal y de 1993 a 1996 el partido la hizo regidora.

En 1994, en una asamblea de organizaciones sociales de la Costa Grande en Tecpan –a la que Tita no asistió– fue nombrada delegada del Colectivo de Mujeres Campesinas para acudir a la Convención Nacional Democrática convocada por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) que se llevó a cabo en agosto de ese año en Chiapas.

Fue una experiencia que no le gustó:

“Me di cuenta de las grandes diferencias entre los jefes del EZLN, Marcos sobre todo, y los indígenas; no me pareció digno que a ellos les dieran rifles de madera pintados de azul. No entendía a los delegados ni a los medios ni a todos esos intelectuales que veían a Marcos como la gran cosa, mientras que los indígenas ni siquiera eran tomados en cuenta; yo desentoné ahí, mis compañeros se sorprendían de mi actitud y hasta me decían: ‘¿Cómo es que no te quieres tomar una foto con Marcos?’ A mí los liderazgos no me interesan, yo sólo creo en la gente, en el pueblo.”

La activista también ha sido perseguida. Durante el gobierno de Rubén Figueroa Alcocer, en 1995, la Procuraduría estatal giró una orden de aprehensión en su contra por la toma del ayuntamiento de Atoyac en mayo de ese año. Nunca se ejecutó la orden porque no se logró su desafuero como regidora y por el ambiente político tenso tras la matanza de 17 campesinos en Aguas Blancas.

Un año después, Tita fue objeto de hostigamiento. “Como muchos perredistas, como Cuauhtémoc Cárdenas y Félix Salgado, yo estuve en la ceremonia del aniversario de la masacre de Aguas Blancas cuando apareció el EPR (Ejército Popular Revolucionario). Un funcionario del ayuntamiento me pidió que firmara un documento deslindándome del grupo guerrillero y yo me negué.

“Me dijo el fulano: ‘Ya todos se deslindaron, hasta Cuauhtémoc Cárdenas’, y yo le dije que ese era problema de ellos, que mientras no hubiera señalamientos judiciales contra mí no tenía por qué andarme justificando. En política he sido incómoda hasta para mis compañeros; no tengo corriente, estoy con las bases.”

Durante su último año de gestión como regidora de Atoyac, Tita era constantemente vigilada. “Salía de mi casa a tomar la combi y junto a mí iba un carrito con unos hombres de corte militar; el carrito iba detrás de la combi hasta que me bajaba y llegaba a mi oficina. De regreso a mi casa, lo mismo; yo nomás veía que se estacionaban enfrente. Nunca supe cuándo dejaron de seguirme”.

Afadem

Tita Radilla y su organización ocupan una oficina en la entrada de la Ciudad de los Servicios –las instalaciones del ayuntamiento de Atoyac– que ocupa el espacio donde antes estuvo el cuartel donde fueron vistos por última vez Rosendo Radilla y cientos de personas más ahora desaparecidas.

Lo primero que se observa al entrar a la oficina de la Afadem es una gran lona con los nombres de los más de 400 desaparecidos de Atoyac. En otro espacio hay un mural dedicado a los desaparecidos. “Su recuerdo es luz, esperanza y fuerza para seguir luchando unidas por su regreso”, dice la dedicatoria firmada por “Mujeres de Afadem”.

El antecedente de la Afadem es el Comité Nacional Independiente Pro Defensa de Presos Perseguidos y Exilados Políticos de México (CNI), una escisión del grupo creado por Rosario Ibarra y fundado por Josefina Martínez y Felipe Martínez Soriano.
“Mucha gente de Guerrero estaba con Rosario Ibarra, pero cuando se lanzó como candidata a la Presidencia (por el Partido Revolucionario de los Trabajadores, primero en 1982 y después en 1988), muchos de los familiares que confiaban en ella se salieron de su organización y se fueron con el doctor Martínez Soriano y su esposa Josefina”, explica Tita.

En 1991, después de un congreso del CNI en Atoyac, Tita Radilla fue nombrada presidenta de esa organización en su municipio. Fue propuesta por su primo Jesús Cardona Radilla, que participaba en la agrupación, y desde entonces quedó “atrapada”.
En los primeros años como luchadora, cada domingo Tita ponía una mesita en el zócalo de Atoyac con tres sillas y una máquina de escribir. Familiares de desaparecidos llegaban con las fotos de sus seres queridos y le contaban a Tita sus historias una y otra vez… hasta que su alma se llenó de dolor.

En 1996 sintió los estragos de cinco años de ir documentando cada uno de los cientos de casos que lleva la Afadem, de encabezar movilizaciones, participar en huelgas de hambre y de acudir cada 30 de agosto acompañada de familiares a llevar flores a lo que fue el cuartel de Atoyac, donde fueron vistos por última vez cientos de desaparecidos.

“Yo cargaba las fotos de los desparecidos pegadas al pecho, abrazadas, las llevaba a todos lados, me las llevaba a México, a la oficina, a la casa, a veces las ponía todas sobre el piso y sobre mi cama, y, como los conocía por sus familiares, les preguntaba a algunos: ‘¿Por qué te dejaste agarrar si eres bien canijo?’.

“Como el familiar me había confiado la historia, yo sentía que era responsable de cuidarlos, buscarlos y encontrarlos… los hacía mis desaparecidos. Y era una cosa ya bárbara. Yo misma me decía que me iba a volver loca, pero no podía evitar pensar en todos ellos”. Tras un tratamiento psicológico Tita entendió que cada familiar era responsable de buscar a su desaparecido.

En 1996 fue a Ginebra, Suiza, como representante de la Afadem a la sesión del Consejo de Derechos Humanos de la ONU. Se reunió con integrantes del Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias para presentar casos de desaparecidos de la guerra sucia y abusos cometidos por el Ejército mexicano durante la persecución de los integrantes del EPR.

“Yo era la encargada de cargar con los expedientes y un día antes de entrar a la sesión un guardia me revisó la bolsa, le comenté a la gente de las organizaciones que nos estaban ayudando y me dijeron que el guardia había cometido un abuso y fuimos a reclamarle. El hombre se puso muy nervioso y nos confesó que la delegación de México me había reportado como una terrorista peligrosa y que por eso habían revisado mis pertenencias.”

Después de años de documentar y organizar manifestaciones por la presentación de desaparecidos, Tita y su grupo decidieron agotar las instancias judiciales nacionales para recurrir a las internacionales. Fue por ello que en 1999 la Afadem presentó denuncias formales ante la PGR con la asesoría de Ernesto López Saure y Enrique González Ruiz. La organización empezó con seis casos y después la Femospp acumuló 143 expedientes en una averiguación previa que fue remitida al fuero militar.

La Procuraduría General de Justicia Militar procesó sólo por 22 casos a Francisco Quirós Hermosillo y Mario Arturo Acosta Chaparro, quienes fueron juzgados por vínculos con el narcotráfico. El primero murió en la prisión del Campo Militar Número 1 antes de concluir el juicio, y el segundo fue exonerado de los crímenes del pasado. Durante el gobierno de Felipe Calderón, Acosta Chaparro recuperó su grado de general y fue condecorado.

Heroína de los lores

“Heroína mexicana, heroína guerrerense. Eres una heroína porque nadie hace lo que tú estás haciendo”, expresó el barón Daniel Brennan, consejero de la reina Isabel de Inglaterra y miembro de la Barra Internacional de Abogados, tras escuchar a Tita Radilla en la Casa de los Lores, en Londres, en noviembre de 2009.

La presencia de Tita en Londres obedeció a una gira organizada por PBI por varios países europeos en busca de respaldo internacional al caso Radilla, previo a la sentencia que se emitiría el 15 de diciembre de ese año.

En Londres la defensora tuvo encuentros con organizaciones de abogados, de derechos humanos, académicos, especialistas en derecho internacional, parlamentarios y miembros de la realeza.

Lord Brennan, cuenta Radilla, “se mostró muy sensible al tema, después de mi exposición me llamó heroína y yo le dije que en mi país no era la única que luchaba por los desaparecidos, que había muchas mujeres como yo”.

Durante la gira por Europa, abogados de diferentes agrupaciones se mostraron intrigados en la estrategia que tomaron ella y sus representantes ante la Coidh para que el caso de Rosendo Radilla prosperara, buscando un impacto que beneficiara a cientos de familias que quieren saber de sus seres queridos después de más de 30 años de su desaparición.

En la sentencia del tribunal interamericano se puede leer la confirmación de que Rosendo Radilla fue detenido por soldados en un retén militar y que el Estado mexicano “continúa negando el paradero de la víctima”, además de que este caso “se enmarca en un patrón de detenciones y desapariciones forzadas masivas” en diversas partes del país durante el “fenómeno calificado como la Guerra Sucia de los años setenta”.

Además de las probanzas presentadas por la defensa de la familia Radilla, para ubicar en el contexto histórico, social y político la desaparición forzada de Rosendo, la Coidh tomó en cuenta la recomendación 26/2001 de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos que dio origen a la creación de la Femospp, así como el Informe Histórico a la Sociedad Mexicana de la misma fiscalía.

Ese reconocimiento internacional de la existencia de la guerra sucia es un logro para la causa de la Afadem. Como parte de la sentencia, el Estado mexicano está obligado a mencionar ese contexto de violencia institucional en el acto público de reconocimiento de responsabilidad internacional y en la placa que tendrá que colocarse en Atoyac en memoria de Rosendo Radilla.

Aun cuando no hay avances sustanciales en el cumplimiento de la sentencia, Tita Radilla considera que el primer paso para acceder a la verdad y a la justicia es el reconocimiento de que el Estado falló en su responsabilidad de garantizar seguridad a sus ciudadanos.

“Para nosotros fue importante el reconocimiento del contexto, porque no sólo nosotros como familia Radilla hemos estado luchado, sino que son otras familias las que están ahí… todos los desaparecidos son tan importantes como Rosendo. Él es nuestro padre, lo queremos y demás, pero son cientos de familias que también están en espera de saber algo de su familiar, están en la misma situación, tenemos que llegar hasta donde sea juntos.”