lunes, 1 de marzo de 2010

El Poder Legislativo decidirá que reforma política conviene más a México.


VÍCTOR FLORES OLEA
LA JORNADA 1 DE MARZO 2010

Concentración de hechos políticos, algunos de consecuencias fundamentales para México. Los principales: el núcleo de lo que sería un nuevo organismo internacional de los países latinoamericanos y del Caribe, distinto de la OEA sin la presencia de Estados Unidos y Canadá; la discusión en México sobre las próximas reformas políticas, sobre todo electorales; y, todavía, la terrible denuncia de Carlos Salinas de Gortari sobre la filtración” de Ernesto Zedillo a grupos económicos acerca de la inminente devaluación en 1994, que habría costado al país varios miles de millones de dólares y que nos mantendrá por años en una inagotable deuda fiscal.
Hemos dicho que el actual proceso político latinoamericano busca encontrar mayor “autonomía” respecto de la potencia del norte, mayor libertad en decisiones que se han caracterizado por acatar la instrucción, lo que nos ha llevado a situaciones límites de sometimiento y violencia. Ejemplo: las dictaduras impuestas bajo la guerra fría.
Algunos han insinuado que fracasará el intento porque requerimos de Estados Unidos y por nuestras contradicciones múltiples, y hasta por una especie de incapacidad ancestral para lograr organización. No es así: la reacción prácticamente unánime del conjunto latinoamericano para intentar una ruta de autonomía se explica por la historia de subordinación que hemos vivido. No resulta fácil, pero la situación ha madurado y hoy las posibilidades son menos remotas que hace unos años. Por cierto, en multitud de ámbitos seguiremos con estrechos contactos (inevitables y deseables) con Estados Unidos: en las relaciones bilaterales y multilaterales (desde luego en la OEA y en la ONU), no faltaba más, pero procurando que haya un nuevo trato (si es posible entre iguales), que no signifique el peso de la servidumbre impuesta.
¿La respuesta? Ya se ha anunciado la visita de Hillary Clinton a América Latina, que no deberá limitarse a jalar orejas porque podría llevarse una sorpresa: la Comunidad de Naciones de América Latina y el Caribe es una respuesta al trato histórico de la potencia a su “patio trasero”, que ahora se propone dejar de serlo. ¿Con éxito?
Por otro lado, parece que no fue el mejor momento para la queja colectiva “No a la generación del No”, que reclamó, entre otros puntos, el parcial rechazo a las reformas políticas presentadas por Felipe Calderón. Dicho de otro modo: el desplegado de marras exhibe la intención última y principal de apoyar la iniciativa de Calderón. Pero para la mala fortuna de los firmantes, el mismo día de su publicación se presentaron en el Legislativo iniciativas del PRI y del PRD que enriquecen grandemente los temas a discusión. También para mala fortuna de los firmantes, ese mismo día (23 de febrero) el ex presidente Carlos Salinas, en un seminario sobre privatización de la banca, denunció duramente la inmoralidad (la corrupción en su esplendor) de Ernesto Zedillo, también ex presidente y firmante del documento, lo cual no debió ser motivo de alegría para quienes lo elaboraron y suscribieron.
Con el conjunto de iniciativas de reforma política en la mesa (Calderón-PAN, PRI, PRD), el Legislativo cuenta con un rico material para el análisis y la discusión. Ejemplo: en las tres iniciativas se mencionan los temas del referendo y la consulta ciudadana, si bien con modalidades diferentes.
Lo mismo ocurre respecto del número integrante de las cámaras de senadores y diputados: Calderón y PRI proponen 96 para la primera y 400 para la segunda. El PRD mantiene el número de 500 para los diputados y también propone 96 para los senadores, con procedimientos distintos.
En cuanto al presupuesto y a las llamadas iniciativas preferentes, las diferencias son importantes y las del PRD hacia una mayor participación ciudadana). Por lo que hace a las relecciones Calderón-PAN, coincidiendo con ellos el PRI, proponen para diputados (federales o locales) un total de nueve años, y para senadores un total de 12. El PRD no ha hecho propuesta al respecto. En torno a los temas comunes del PAN-PRD, habría que subrayar la de las candidaturas independientes, con variados requisitos. En la iniciativa Calderón-PAN y en la del PRD se reconocería la facultad ciudadana de presentar iniciativas de ley.
Por lo que hace a la ratificación del gabinete y a la autonomía del Ministerio Público hay coincidencias esenciales en las propuestas del PRI y del PRD, con varias modalidades.
Calderón-PAN irían solos en la propuesta de segunda vuelta para la elección presidencial. El PRI en cuanto a la declaración del estado de emergencia. Y el PRD en los temas de juicio político, de la aprobación del Plan Nacional de Desarrollo y de los tratados internacionales, en que se incluiría a la Cámara de Diputados, y en la difícil, pero indispensable cuestión de la revocación del mandato.
Necesariamente apretada la síntesis, pero ofrece un panorama del rico material en manos de las cámaras para su decisión en los próximos meses. Las propuestas vienen de muchos lados. ¡Ojalá no falle el Legislativo!
En honor de Carlos Montemayor

Carlos Montemayor, por siempre.



¿Quién era Carlos Montemayor?

Carlos Montemayor nació en Parral, Chihuahua el 13 de junio de 1947.

Fue escritor, traductor, activista social defensor de los pueblos indígenas y de los grupos más vulnerables de México.

Fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, de la Real Academia Española, de la Asociación de Escritores en Lenguas Indígenas y cantante de ópera mexicano.

Su libro “Tarahumara” es el compendio más completo acerca de los rarámuris de la Sierra de Chihuahua.

Su obra “Guerra en el Paraíso” es el relato trágico de los hechos violentos que se vivieron en México a principios de los años setenta.

“Mal de piedra” se remite a una de las constantes de Parral, su pueblo natal: la minería. Lo mismo que en “Minas del retorno”, donde rompe con el modelo de la tradicional novela lineal.

Sus ensayos son determinantes para entender la problemática actual de México.

Premios recibidos:
Premio Internacional Juan Rulfo por su cuento Operativo en el trópico.
Premio Xavier Villaurrutia por Las llaves de Urgell.
Premio José Fuentes Mares por su libro de poesía Abril y otras estaciones.
Premio Colima de narrativa por Guerra en El Paraíso.

Para los años noventa destacaron obras como "Guerra en el paraíso" (1991), "Los informes secretos" (1999), "Chiapas, la rebelión indígena de México" (1998), "Arte y trama en el cuento indígena" (1998), "La guerrilla recurrente" (1999), "La tormenta y otras historias" (antología) (1999), "Obras reunidas I. Guerra en el paraíso y Las armas del alba" (2006) y "La Fuga" (2007).

El laureado antropólogo e historiador mexicano Miguel León Portilla, principal autoridad en materia del pensamiento y la literatura náhuatl, pidió ser orador durante el homenaje público en su honor. Dijo que Montemayor fue "un hombre del Renacimiento que sabía griego y era un notable tenor; su figura era querida e importante...era un mexicano entregado a su tierra...al menos nos queda el consuelo de su obra".
El poeta Juan Gelman comentó: "...nos va a hacer mucha, mucha falta".
En la Academia Mexicana de ala Lengua despidieron al poeta con aplausos sentidos, canciones y con gritos de "¡Viva Carlos!"

Uno de sus poemas:

Memoria
Estoy aquí, en la casa, a solas.
Aquí están los muebles, el aire, los ruidos.
Tengo un sentimiento tan transparente
como el vidrio de una ventana.
Es como la ventana en que miraba la nieve al amanecer,
hace muchos años, cuando era niño,
y pegaba la cara contra el cristal y comprendía toda la vida.
Es un deseo en calma, como la tarde.
Es estar como están todas las cosas.
Tener mi sitio como todo lo que está en la casa.
Perdurar el tiempo que sea, como las cosas.
No ser más ni mejor que ellas.
Sólo ser, en medio de la mi vida,
parte del silencio de todas las cosas.

En pos de la unidad latinoamericana.



¿Unidad latinoamericana? (El Público)

AUGUSTO ZAMORA

En 1826 se celebró en Panamá, convocado por Bolívar, un Congreso Anfictiónico entre las recién creadas repúblicas americanas. Su propósito era establecer una alianza regional, ante el temor de que cristalizara un pacto hispano-francés para reconquistar los perdidos dominios hispanos.

La reunión terminó sin mayores resultados y derivó las decisiones de fondo a una nueva cita en Tacubaya (México). Si a Panamá acudieron sólo cinco estados (ninguno de la cuenca del Plata, ni Chile, ya neocolonias inglesas, sí EEUU, infiltrado allí por Santander, el más furibundo enemigo de Bolívar, e Inglaterra), a Tacubaya se presentaron sólo tres. Después de esperar casi dos años sin resultados (de 1826 a 1828), se declaró disuelto el Congreso. No hubo más. Sumidos en cuartelazos, guerras civiles y caos, aquellos remedos de estados estaban más ocupados en entregar sus riquezas a Inglaterra y en autodestruirse que en crear alianzas regionales.

Desde entonces, y hasta fecha reciente, los países latinoamericanos han movido las siempre oxidadas palancas integracionistas al socaire de amenazas externas contra alguno o varios de sus miembros, y no siempre. Así, la guerra imperialista de EEUU contra México en 1847 provocó pánico en la región y llevó a celebrar el Congreso de Lima, entre 1847 y 1848, para crear una confederación sudamericana “con el fin de protegerse de las agresiones foráneas”. En septiembre de 1856 se organizó una reunión en Santiago de Chile a raíz de la invasión de Nicaragua por aventureros yanquis, financiados por esclavistas del sur de EEUU (que pretendían anexionarse Centroamérica como nuevos estados esclavistas para romper el empate que mantenían con los abolicionistas y de paso controlar la ruta interoceánica, entonces pensada para hacerse por Nicaragua). La reunión produjo el llamado Tratado Continental, del que formaron parte todos los estados hispanoamericanos, con excepción –nuevamente– de los estados rioplatenses y Brasil.

Un nuevo intento de forjar una alianza regional se dio en 1864, cuando la invasión francesa de México, que, al igual que las anteriores, quedó en mucho ruido y pocas nueces. México perdió la mitad de su territorio; Centroamérica pudo, unida, librarse sola de los aventureros yanquis, y Benito Juárez puso fin al sueño de Maximiliano de Austria de crearse un imperio mexicano, fusilándolo en el Cerro de las Campanas.


No hubo más hasta que, en 1889, de la mano de EEUU (emergente poder imperial continental) se reunieron en Washington, como la gallina reúne a sus polluelos, representantes de todos –todos– los países del continente americano. Allí, guiados por el secretario de Estado estadounidense, acordaron crear una Oficina Comercial de las Repúblicas Americanas, nombre explicativo en sí mismo, pues a EEUU lo único que le interesaba de la reunión era promover sus intereses comerciales, en choque permanente con los británicos, entonces amos y señores de los ex dominios españoles y portugueses.


Siguieron otras conferencias americanas, mangoneadas por EEUU, que terminaron cristalizando en la creación, en 1910, en Buenos Aires, de la Unión Panamericana (UP), primera organización mundial como tal, y que funcionará hasta 1948, cuando es sustituida por la Organización de Estados Americanos (OEA). La UP será el marco dentro del cual surgirá un pujante Derecho Internacional Americano (nunca valorado en Europa), deformado y vapuleado por las políticas imperialistas de EEUU, que darán lugar a lo que se resumiría en la expresión “el Uno y los veinte”, para referir que un país –EEUU– podía más que todos los otros veinte miembros, tanto en la UP, como en la OEA (como puso de manifiesto el golpe de Estado contra el presidente Manuel Zelaya, en Honduras, en 2009).


El triunfo de la revolución sandinista en 1979 y las amenazas de una invasión de Nicaragua por EEUU, que habría extendido la guerra por toda Centroamérica, llevan a cuatro países –Panamá, México, Colombia y Venezuela– a crear, en 1984, el grupo mediador de Contadora. A este grupo se unirán en 1984 cuatro países más (Brasil, Perú, Argentina y Uruguay), conformando el primer grupo regional enfrentado –hecho insólito– al poder yanqui. El grupo de ocho países decidió, en 1988, establecerse como mecanismo permanente, marcando, desde entonces, una pauta regional que fructificó en Cancún el pasado 22 de febrero con la decisión de crear, de aquí a 2012, una organización regional de Latinoamérica y Caribe.


Desde hace más de una década, con el ascenso de gobiernos de izquierda y progresistas, los procesos latinoamericanos de integración han recibido un impulso decisivo. Entre ellos destacan tres, el ya consolidado MERCOSUR, y dos de nuevo cuño: la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y la Unión de Naciones del Sur (UNASUR). Ambos procesos son la manifestación de una voluntad, cada vez más firme, de crear alianzas regionales sólidas que, además de servir para combatir pobreza y desigualdad, sirvan para crear foros desde los que negociar, con mayor fuerza, con otros bloques regionales. Son, también, esfuerzos dirigidos a consolidar la especificidad de América Latina y el Caribe, única región del mundo en paz (con la excepción triste de Colombia), única región sin enemigos externos (salvo el de siempre, que es parte del paisaje) y única región que ha abrazado, sin casi fisuras, el Derecho Internacional y la solución pacífica de las controversias internacionales.


La especificidad latinoamericana requiere de una organización internacional propia, desde la que pueda desarrollar sus propias políticas y estrategias y servir –en su condición de región pacífica y en paz con todo el mundo– de puente, bisagra o interlocutor en los tantos conflictos que abaten al mundo. Por demás, en un mundo en que los estados van siendo sustituidos progresivamente por grandes bloques regionales como actores en la política, la economía y la guerra, Latinoamérica no puede renunciar a poseer su propio bloque regional. No será fácil el camino, pues la OEA ha sido, para EEUU, lo que la OTAN en Europa, un medio para mantener aherrojados a los países. Pero no hay alternativa a esa vía. No, si quiere librarse de la dependencia, la dominación y el atraso.

Augusto Zamora es autor de ‘Ensayo sobre el subdesarrollo. Latinoamérica, 200 años después’